SANTA MARÍA DE IGUÁCEL . REJA. MUSEO DIOCESANO

Este tipo de rejas nacen como una solución para cerrar  algunos espacios en los templos, evitando así el acceso de las personas, sin perjudicar la iluminación y la participación de los fieles en el culto. En muchos casos, como el de Iguácel, al no disponer de otro acceso, era necesario disponer de algún sistema que permitiera su apertura para acceder al presbiterio. El objetivo de estas rejas en algunas iglesias era la protección de los elementos más valiosos.

La espléndida reja románica de Santa María de iguácel se construyó para separar el presbiterio de la nave. Tiene cuatro hojas, las dos exteriores fijas y las dos centrales, más pequeñas, están unidas a aquellas por unos rudimentarios pernios que facilitaban la apertura cuando se consideraba oportuno. Es de hierro moldeado y forjado  a martillo y está fechada en el siglo XI ó XII.

La longitud aproximada de las hojas laterales es de 1,80 m. y la de las puertas centrales de 0,75 m., lo que da una longitud total de algo más de 5 m. La altura es de 1,60 m. en las puertas y 2,15 m. en los tramos fijos.

Los motivos de toda la reja son roleos simples o dobles que se repiten, aunque con diferentes detalles en sus extremos, tanto en las hojas fijas como en las puertas. Estos roleos unidos entre sí de dos en dos se unen a su vez con los montantes.

Las hojas laterales están formadas por ocho montantes verticales, que determinan siete bandas de igual anchura decoradas con los roleos. La unión de los roleos entre si y la de estos a los montantes se realizó mediante abrazaderas forjadas y colocadas en caliente pero sin utilizar soldadura ni remaches. Los extremos inferiores de los montantes se estiraron para reducir su espesor, se doblaron noventa grados y se practicó en los extremos doblados un orificio para poderlos anclar en el pavimento.

En fotografías tomadas en la iglesia unos años antes de desmontarse la reja en 1976, puede verse una especie de dintel de madera entre los dos muros laterales que se debió poner para rigidizar la verja que, a pesar de estar todos los montantes anclados al suelo y los dos exteriores al muro, por el propio procedimiento de construcción tendría problemas de alabeo en su parte superior. Cuando la reja, después de varios años abandonada a la intemperie, se restauró para instalarla en el Museo Diocesano, se añadieron a las hojas fijas, en sus extremos superior e inferior, dos largueros de perfil cuadrado laminado en caliente, con unas abrazaderas unidas mediante soldadura eléctrica que los sujetan a los montantes. Destaco este detalle porque en la construcción de la reja sólo se utilizó la soldadura por forja, que era la única que se conocía en aquella época, y en puntos muy concretos. A pesar de la escasa iluminación, se diferencia claramente el material utilizado para estos modernos largueros del de las barras originales forjadas.

Cada una de las puertas está formada por un marco rectangular al que se unieron mediante remaches dos montantes verticales, quedando tres bandas del mismo ancho, que se decoraron con roleos.

 

PROCESO DE CONSTRUCCIÓN

En la época en que se hizo esta reja existían algunas fundiciones en las que los talleres de forja podían adquirir barras de hierro moldeado, de sección cuadrada, rectangular o redonda a partir de las cuales se forjaban los elementos constituyentes de la reja. También, si los talleres disponían de las fraguas adecuadas, podían adquirir el hierro en lingotes y a partir de estos conformar las barras precisas.

El procedimiento de construcción de estas rejas era el que aún es utilizado por algunos artesanos y herreros rurales: calentar en la fragua las barras de hierro hasta una temperatura próxima al punto de fusión y sobre el yunque a golpes  de martillo darles la forma adecuada.

La mayoría de las piezas integrantes de la reja son de sección rectangular. La primera operación sería forjar las barras de las que se sacarían los montantes, marcos y adornos. Golpeando con el martillo el hierro “al rojo”, girando la barra 90º después de cada golpe y calentando el metal cuantas veces fuera necesario,  se iba avanzando hasta alcanzar el extremo opuesto a aquel por el que se comenzó la forja. Todo el proceso se repetía hasta lograr la forma y dimensiones deseadas.

Los roleos se construyeron a partir de pletinas, de dos o tres milímetros  de espesor, obtenidas por el procedimiento descrito. Una vez cortadas a la medida deseada, mediante lo que hoy se denomina tajadera, se realizaron los adornos en ambos extremos, para lo que habría que utilizar, además del martillo: tenazas, punzones, gubias y mandriles o herramientas similares. Los yunques actuales suelen tener en su cara superior dos orificios, uno redondo y el otro cuadrado, que se denominan ojos. Suponemos que se utilizaría algún útil colocado en el ojo cuadrado del yunque en el que se sujetaría la pletina previamente calentada, para ir curvándola horizontalmente en espiral con el martillo y las tenazas  hasta terminar el roleo. Para los roleos dobles en “ce” se utilizaría el mismo procedimiento para hacer la mitad (el primero de los roleos) y se repetiría la operación comenzando por el otro extremo.

Para dar forma a las pequeñas volutas en los extremos de los adornos que se incluyeron entre dos roleos, posiblemente se utilizaran lo que hoy se denominan bigornias. Además de los picos que presenta el yunque en sus extremos, se llaman bigornias a una especie de yunques muy alargados y ligeros con una barra piramidal en el centro para asegurarla en el ojo cuadrado del yunque tradicional.

 

Hacer clic en las fotos para ver detalles de las rejas fijas o de las puertas.